Irrumpe majestuoso, como una nube sin
forma definida. Su sombra de palisandro avanza calmosa eclipsando el pueblo. El
sol del austro centellea en su lomo. Es el mítico caballo de Troya, único
carromato del Circo Ítaca, que penetra fastuoso en la ciudad. De sus entrañas
descienden artistas y animales: el adivino Calcante, Penélope - que teje
incansable la carpa infinita de colores mágicos-, el Ave Fénix, la lira de
Orfeo, la Maga Circe y la Hidra, el monstruo de cincuenta cabezas. Los
niños aplauden el vuelo de Ícaro y al forzudo Hércules mientras los Centauros
disparan sus flechas. Al finalizar la función, Caronte, que realiza las tareas
de acomodador, acompaña a los presentes a la salida mientras los niños corretean
por el laberinto. Todos saben que siete mancebos y siete doncellas perecerán
bajo las fauces del Minotauro. Resuena un tenue canto de sirenas, de color
blanco incierto; se desvanece el caballo metamorfoseado monte. En la lejanía
anida lo enigmático, la infinitud, tal vez el miedo. Ahí, en el
límite de la fantasía, llueven pompas de jabón.
(*) Publicado en Químicamente Impuro.
(*) Publicado en Químicamente Impuro.